EDUCACIÓN - EL CONDE DE MONTECRISTO

“Me siento demasiado feliz y eso me inquieta: el hombre no ha nacido para ser dichoso con tanta facilidad. La dicha es como esos palacios fabulosos cuyas puertas están guardadas por sanguinarios dragones a los que hay que dar muerte”. Uno se puede sentir tan feliz que puede obviar muchas cosas que pasan a su alrededor. Eso creo es lo que le pasa a Edmundo Dantés cuando no nota, por ejemplo, que Danglars, su compañero de viaje, se muere de una notoria envidia porque a Edmundo le han dado el puesto de capitán del barco al que él aspiraba. Tal vez, la felicidad del anuncio nubla todo lo demás. En otra parte, cuando uno de sus vecinos se comporta terrible con su padre al cobrarle una deuda y dejarle casi sin dinero para comer, él solo dice ¡Qué le vamos a hacer! Seguramente también le embargaba la felicidad de ver a su padre después de varios meses. Más tarde, se encuentra con Mercedes, su prometida, acompañada de Fernando y sus notorios celos, pero él no dice nada. Peor aún cuando encuentra a los tres, su vecino, Danglars y Fernando sentados bebiendo y conversando misteriosamente él tampoco sospecha nada. ¿Es que acaso no se da cuenta de las intenciones del resto? Parece que no, la felicidad le nubla la visión de esta sociedad donde hay envidia, celos, traición y que mueve sus hilos de acuerdo a su conveniencia. Parece que él lo ignora y no se cuida de esto. 

Es por eso que se sorprende tanto cuando el abad Faria, compañero de penas en la cárcel, a partir de ciertas hechos y con una máxima del Derecho saca la conclusión de que Edmundo ha sido víctima de una mentira para salvar a alguien más, que lo quitaron del camino para satisfacer las pretensiones de otro. Esto casi lo enloquece. La venganza (o justicia?) es lo que moverá todas sus acciones de ahí en adelante. Para lograrlo debe conocer el mundo en el que se mueven esas personas, la sociedad, sus verdaderas costumbres. Es por eso que el abad, consciente de lo que le aguarda, le da lo mejor que tiene: educación. Le enseña Matemáticas, idiomas, Filosofía, Historia, entre otros. Esto lo vuelve refinado, conocedor, pero también frío y calculador, lo que se necesita para manejarse en la sociedad de las apariencias con una moral muy cuestionable. Edmundo se da cuenta del valor que tiene la instrucción como parte del desarrollo personal. Él mismo lo dice cuando habla con Villefort, uno de sus enemigos: “Pero antes de dirigirme a cualquier país ESTUDIO a fondo, con medios que me son propios, a aquellos hombres con los cuales puedo encontrarme. Hecho, los tengo ya en mis manos y puedo valerme de todo aquello que conozco para ponerlos en un apuro cuando me plazca”. ¿Qué hubiera pasado si Dantés no hubiera recibido esos conocimientos? Posiblemente, sus esfuerzos hubieran sido en vano. 

La educación puede cambiar la visión de un hombre, puede proporcionar las herramientas para lograr un cambio. Nos enseña a ser más conscientes de nuestro mundo y a movernos mejor en él y a partir de esto construir nuestra felicidad. Esa es la mejor venganza.

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