CORRIDA DE TOROS
Hay un toro, de casi media tonelada, dispuesto a defenderse y atacar al hombre que sale a enfrentarse a él en la arena del ruedo ante miles de personas en completo silencio. Este hombre, elegantemente vestido, que solo tiene un trapo en la mano no huye de tremenda mole con cachos puntiagudos, sino que le hace frente. Entonces, empieza algo así como una danza donde, a cada presentación de la muleta, el toro rastrilla sus patas contra la arena y va a embestir al torero que lo recibe y dirige dando vueltas en el sitio con él, cuerpo a cuerpo, el torero con una pierna adelante, con el cuerpo firme. El matador sabe que un mal cálculo puede ocasionar que el animal lo embista y llegue a matarlo de una cornada. Tiene que salvarse, pero con gracia, con arte. Es como la vida misma, es como una danza con la muerte, es un juego de azar. Creo que si al toro le dieran la oportunidad de elegir entre morir en un camal o en una corrida, elegiría la corrida pues tiene la posibilidad de defenderse ante la muerte y ser indultado lo que en un matadero no es posible. Es una manifestación estética, sin duda. Entiendo ahora por qué nombres tan reconocidos como Vargas Llosa, García Marquez, Calamaro, Picasso, Dalì, Hemingway entre otros sentían inclinación por ellas.
Crecí escuchando los argumentos antitaurinos: el toro de lidia, un animal pacífico, es torturado hasta la muerte para divertir a un grupo de personas que ven en la violencia una tradición y fruto de la cultura. Nadie me supo explicar el significado de esta actividad o no quise oír y repetía de paporreta la idea en contra. La verdad es que el espectáculo no me interesa mucho, no crecí con la tradición como otros, pero reconozco que tiene un gran valor estético y cultural. Las personas están en su derecho a no entender o ser muy sensibles frente a este espectáculo y de no ir a estos eventos, pero no podríamos formarnos una opinión consciente sino entendemos realmente los matices.
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